Quantcast
Channel: Microrevista » Juan Carlos Suñén
Viewing all articles
Browse latest Browse all 7

Como si existiera Leopoldo María Panero

$
0
0

Me pide Recaredo Veredas que escriba algo sobre el recientemente fallecido Leopoldo María Panero porque lo conocí, pero también porque sabe que lo leía con celoso cuidado, acercando y alejando cada poema de cada verso y cada palabra de cada libro. En realidad no lo conocí, sino que lo vi una vez, lo que sumado al hecho de que no ha muerto, sino que ha nacido, convierte su encargo en un gran despropósito, motivo por el cual lo cumplo de mil amores.

Participaba yo en la presentación de su libro Globo rojo, editado por Hiperión, del que era él menos autor que compilador y en el que se reunían, junto a algunos textos en efecto suyos, otros de sus compañeros de Mondragón, así que debió de ser en 1989. El acto tenía lugar en el Ateneo de Madrid y allí mismo, en la barra de la cafetería (¿sigue teniendo ese desangelado aspecto universitario?) me acerqué a un meditabundo Leopoldo María Panero, cuya expresión ausente (algo que no era el tiempo había comenzado ya a enquistarse dolorosamente en su cara) delataba que su fuerte y frágil cabeza descansaba en lugares tan alejados del sitio del que venía como de aquel en el que estábamos.

Temo las borracheras del boxeador sonado, que se cree San Pedro. El tráfico del alcohol aquí es incesante. Mi belleza, con la que han acabado casi el alcohol y los manicomios, es tan solo un incentivo para la muerte.

Entonces no había escrito aún Orfebre (Visor, 1994), una pequeña joya de precisión, un poema escupido desde el lugar imposible del ello freudiano y en el que se personan, más o menos disfrazados, más o menos reconocibles, los autores y los fantasmas del poeta. Lo cito porque el lugar desde el que se escribe ese libro aún me impresiona, pues niega toda realidad a cuanto toca la piel, gira sobre sí mismo como el agua en el sumidero.

La herida es una enfermedad de la piel
como si sólo lo que hay no bastara para hundirnos
y construir la poesía como una enfermedad de la piel

Intenté, naturalmente, hablar con él, pero no conseguí más que algunos comentarios sobre las bondades de cierta marca de gaseosa y un suficiente número de piropos. No recuerdo (quizás sí, seguramente no) si luego volví a hablar con él o si le acompañé a alguna parte.

No soy de los que se decepcionan cuando la persona se muestra esquiva a la representación que su obra nos ha brindado de ella. Poco después Miguel Casado, ante la propuesta de abordar cierta edición de su poesía, ponía la condición de no tener que verle. Leopoldo María Panero estaba loco, simplemente, y sólo dialogaba (si exceptuemos las pocas entrevistas en las que juega a mostrarse más lúcido) desde la incontestable soledad de sus poemas.

panero

Y sin embargo su poesía resistirá ese detalle de la locura que algunos malnacidos intentaron esgrimir para desacreditarla. Su poesía será cada vez más grande aunque hayan de venir otros descréditos junto a, quizás, otras sorpresas. El poeta le entregaba poemas casi a cualquiera que le ofreciese unas pesetas; aunque editores, lo que se dice editores suyos, se consideraron siempre Antonio Huerga y Chus Visor (Jesús García Sánchez). Este último me comentaba, en cierta ocasión (puede que con motivo, precisamente, de la edición de Orfebre) que los libros que él había publicado eran producto de una revisión necesaria, ya que entre el material entregado había repeticiones, fragmentos y titubeos que no valían la página que gastaban. Digo esto porque al descubrimiento, recientísimo, de un cuaderno manuscrito en una caja de cartón van a seguir otras apariciones. Por eso no deja de alegrarme que no sea Leopoldo María Panero un poeta de multitudes: eso, la falta de urgencia una vez superada la noticia de su fallecimiento, garantizará el respeto a la hora de abrir tales cajones.

Presenté aquel libro aludiendo al miembro amputado (yo escribía entonces “La prisa”, que aparecería publicado por Cátedra en el 94, y la imagen no dejaba de rondarme). Panero era ya la sombra de Panero, un fantasma capaz, sin embargo, de escribir desde la amputación de sí mismo, un poeta que no existía, pero que se golpeaba contra los objetos del mundo desde el interior de nuestras conciencias, como si allí, en el cuarto más interior y más alejado de la puerta de nuestra identidad, alguna orden inviolable y secreta lo hubiese modelado a tal fin.

Termino. Ahora que sé que la reclusión, el exilio, la exclusión en cualquiera de sus formas, todas dolorosas aunque en distinto grado crueles, justas o injustas, voluntarias o involuntarias, confiere al lenguaje una pertinencia duradera, una calidad condenadamente clásica, lo releo y me ocurre una cosa muy rara: lo leo como si existiera.

Se cantan himnos a la virgen y loas a la cruz

que no existe, y al más allá, mientras Dios quema
y mi cuerpo escupe sobre el suelo el martirio
y allí vomita la cerveza y el vino del sufrimiento.

Porque la religión no son dogmas ni anhelos abstractos sino el sufrir de otro sufrir, el matar por amor hasta llegar a este final en donde sólo habla el odio.

Que Dios perdone mi odio, y lo perdona,
pero tú no, animal hispano, bestia que nunca perdonas
el genio y no tuviste nunca caridad
mientras San Juan de la Cruz llora en la pradera de la noche.

Porque sólo los libros hablan de Dios
mientras la mirada escupe
bestias feroces sobre el cristal de la voz
que se estremece cuando, una vez más la rompe el diente
para que otra vez rimemos el desastre.

***

El poema continúa tras los tres asteriscos; pero sigue siendo un fragmento, como lo es el libro del discurso, el discurso del hombre y el hombre de la mano que lo ha escrito, o la mano del ojo que sin temor la estreche.

El artículo original lo puede encontrar en Como si existiera Leopoldo María Panero


Viewing all articles
Browse latest Browse all 7

Latest Images

Trending Articles





Latest Images